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Artefactos y técnicas

julio 19, 2006

Los artefactos difieren de los seres naturales en que han sido diseñados y hechos, no hallados. Un hacha, un ordenador, un fruto genéticamente modificado, una escuela y un tribunal son objetos concretos pero no naturales, puesto que son materializaciones de ideas.

Un artefacto constituye la última etapa de un proceso que comienza por el planteo de un problema, el de imaginar algo para modificar un aspecto de la realidad, y luego procede a diseñar ese algo nuevo con la ayuda del mejor conocimiento disponible.

Marx lo vio claramente, al comparar la casa con el panal de las abejas: mientras el insecto obra instintivamente, el arquitecto planea, a veces con inteligencia y buen gusto. El arquitecto, a diferencia de la abeja, aprende su oficio y negocia con su cliente.

Cuando se dice que tal o cual especie biológica ha sido “diseñada” para ocupar tal o cual hábitat, se niega tácitamente la biología evolutiva. En efecto, ésta afirma y comprueba que los seres vivos han evolucionado en forma natural desde su comienzo, hace unos tres mil millones de años.

Si hubieran sido diseñados por un dios omnisciente, no tendrían defectos, tales como llevar genes “basura” (que no contribuyen a construir proteínas) y nacer desprovistos de anticuerpos que les protejan de enfermedades contagiosas.

Tampoco habría enfermedades genéticas. Todo lo diseñado es artificial. Y sólo los seres humanos, y tal vez también los monos antropoides, son capaces de diseñar artefactos y planes de acción.

El proceso que va del problema práctico al diseño es lo que ocupa al técnico. Lo que sigue, la implementación del diseño, es cosa de otros expertos, tales como artesanos, obreros y administradores. El técnico no es un obrero sino un intelectual que se ocupa de problemas prácticos.

Un cuerpo de ideas

O sea, la técnica no es una pila de artefactos sino un cuerpo de ideas. Por este motivo suscita, o debería suscitar, la curiosidad del filósofo. Pero no es así, como lo muestra la juventud de la filosofía de la técnica, nacida recién a mediados del siglo pasado.

Es verdad que Aristóteles, el precursor de casi todo, hizo notar la diferencia entre lo artificial y lo natural. Pero ninguno de sus miles de comentadores, ni siquiera el gran Santo Tomás de Aquino, investigó los problemas filosóficos que plantea la mera existencia de artefactos.

La indigencia de la filosofía de la técnica es explicable. Primero, desde Bacon, la técnica suele confundirse con la ciencia. Segundo, la técnica ha sido menospreciada como objeto de reflexión filosófica debido al antiguo prejuicio griego y romano contra el trabajo manual, juzgado propio de esclavos, no de hombres libres. (Recuérdese que el hidalgo español era descalificado si se le sorprendía haciendo una tarea manual.)

Unos pocos pensadores importantes, entre ellos Gianbattista Vico, John Dewey, José Ortega y Gasset, Lewis Mumford y Buckminster Fuller se ocuparon de la técnica. Pero apenas rozaron los problemas filosóficos que ella plantea.

Suele considerarse que la filosofía de la técnica nació en 1966, con la publicación de un número especial de la revista Technology and Culture. A partir de 1972 aparecieron algunas antologías y en 1980 se constituyó la Society for Philosophy and Technology, que ha venido celebrando reuniones anuales.

Pero de hecho, el primer filósofo de la técnica fue el español José Ortega y Gasset (1883-1955). Ortega admiraba tanto a la técnica que escribió un libro sobre ella e instó a su hijo a que estudiase agronomía, o sea, la técnica agrícola. Pero mi finado amigo, el agrónomo Pepe Ortega y Spottorno prefirió el periodismo y la edición, campos en los que descolló. Y el amor de Ortega por la técnica y por la ciencia fue puramente platónico: no influyó sobre su filosofía.

Afortunadamente para la filosofía iberoamericana, el filósofo salmantino Miguel Ángel Quintanilla ha estado cultivando la filosofía de la técnica en el curso de las dos últimas décadas. Lo hace con un rigor poco común en este terreno. Tampoco ha caído en los extremos de la tecnofobia de los existencialistas, ni de la tecnofilia de los ingenieros ingenuos que no se preguntan si algunas de sus innovaciones van a causar desempleo, devastación o masacre.

En suma, los artefactos son producto de actividades intelectuales, de modo que la técnica es una rama de la cultura, no un almacén de artefactos.

Por ser creaciones humanas, los artefactos pueden ser buenos como la aspirina y la escuela, malos como la bomba nuclear y la propaganda mendaz, o indiferentes como la fruslería de moda. En otras palabras, la técnica, a diferencia de la ciencia básica, no es social ni moralmente neutral. De modo, pues, que ¡ojo a la técnica!

Por Mario Bunge